NO OLVIDARTE - 1/52 RETOS DE ESCRITURA 2019
NO OLVIDARTE
La butaca estaba dirigida a la ventana. Roberto observaba como los copos de nieve caían. La cena de Nochebuena estaba siendo preparada, su hija y su marido andaban discutiendo por el poco espacio de la cocina, mientras uno de los nietos jugaba a la consola. La nieta, aun con el chupete en la boca, se acercó al abuelo, con uno de sus peluches favoritos. El hombre se la quedó mirando, intentando sonreír, pero no tenía fuerzas. Aburrida por la situación, decidió sentarse al lado de su hermano, para ver la partida mientras se apoyaba en él:
-¡David, hijo mío! -gritó el yerno desde la cocina- ¿Puedes venir un momento?
El niño alzó la cabeza, con el dispositivo aun entre sus manos. Dudó un instante, su hermanita pequeña ansiaba tener la consola. No quería dejarla a solas con esta, así que la dejó encima de la mesa. Corrió hacia la cocina, mientras su abuelo le observaba como entraba. Suspiró y volvió a mirar por la ventana. La nevada amainaba. Conversaciones secretas ocurrían en la cocina, de vez en cuando escuchaba una palabra suelta, que lograba hilar y así comprender. <<Los recuerdos se van de mi mente, pero no soy idiota.>> pensó. Mientras se frustraba y la recordaba. Eran sus primeras navidades sin Eugenia, las últimas, porque a las siguientes, no la recordaría. Notó como algo se depositaba en su regazo. Miró hacia abajo, tomando aquella caja envuelta en papel de regalo. Puso las manos a ambos lados:
-Feliz Navidad -dijo su nieto-
En su mente, se proyectó la sonrisa de su mujer cuando recibían los regalos. Tomó aire y quitó el papel. Arrugó el papel, que tomó David entre sus manos, a la espera de saber la reacción de su abuelo. Era una caja de cartón, lisa y satinada, de color gris claro. Sacó la tapa, viendo un montón de piezas. Se trataba de un puzzle de madera:
-Quise montarlo, para que lo vieses completo -explicó el niño- pero no me dio tiempo, lo terminé hoy.
Roberto abrazó al niño pero no dijo nada más. David quiso decir algo, pero Laura, su hermanita pequeña lo interrumpió. Esta intentaba subirse a una silla para poder coger la consola. Corrió hacia ella y se encargó de bajarla. La regañó, con suavidad para no hacerla llorar. Tomó la consola y la sentó en su regazo, para que viese como jugaba.
Dejó los platos sucios en la encimera. Su hija tiraba los restos de comida en la basura, mientras lo miraba de reojo. Roberto se sentía controlado, no podía soportarlo, así que le pidió a su hija que respetara su decisión. Ella se irguió, mientras fruncía el ceño:
-Sé que te molesta saber la situación -respondió ella- te jode tener alzheimer, pero quiero que estés bien ¿Tan difícil es entender que solo me preocupo?
-Soy un hombre adulto -contestó- puedo hacer las cosas por ti mismo.
-¿De verdad? -dejo un par de platos en el fregadero- No has sido ni capaz de decirle algo a tu nieto por el regalo.
Enmudeció. La mujer tomó los platos que quedaban, les quitó la comida y los dejó dentro, mientras se remojaban con el grifo abierto. Guardó el cubo de basura y cerró las puertas. Cuando se volteó, se quitó el delantal, dejándolo sobre una pequeña mesa. En sus ochenta años de vida, no se había sentido tan inútil. Manifestó que no sabía que es lo que sentía, que es lo que se le llegaba a pasar por la cabeza:
-No se la gravedad, me gustaría, pero a mi tambien me preocupa olvidarme de la que fue mi madre, la persona que me trajo al mundo -murmuró ella para no ser escuchada- recuerda que no eres el único que la ha perdido.
Miró hacia otro lado. Ella se acercó y le acarició el rostro, para que la volviese a mirar. Le manifestó el hecho de que no estaba solo, que estaba con ellos, pero él negó con la cabeza y se separó, para sentarse en una silla. Tapó su rostro con las manos:
-Debes admitir que llegará a un punto que no podrás vivir solo -tomó una silla para ponerse enfrente de él- intenta crear nuevos recuerdos con nosotros, tu familia.
El orgullo no le dejaba ver más allá. No quería dejar la casa por la que había luchado tantos años. No quería ser una carga más en aquella familia. Siempre luchó por ser un gran padre de familia, no quería tirar aquel esfuerzo por la borda, quería serlo hasta sus últimos días de vida:
-Mamá no estaría contenta con estas palabras -preguntó ella- ella no dejaría que estuvieses solo.
-Ella ya no está aquí.
Silvia señaló en el pecho de su padre y mantuvo su mirada. El hombre tomó su mano, para apartarla, negando con la cabeza. Ella volvió a insistir, aguantando el llanto. Roberto se conmovió. Ella golpeó su pecho, mientras agarraba el suéter de su padre. Carlos, al ver a su mujer, intervino para que las cosas no fueran a más, le pidió a esta que se fuera a la cama y dejara a su padre el tiempo que necesitase. Roberto no sabía que había hecho mal, así que quiso preguntárselo. Carlos se encogió de hombros, la vida venía como venía, no se podía hacer nada más. Puso las manos en los bolsillos y esperó a escuchar la respuesta de su suegro, pero solo se levantó para marcharse a su habitación.
El tic-tac del reloj ya estaba grabado en su cerebro. Sentado en la cama, con la misma ropa, no paraba de mirar hacia la puerta. Cualquier cosa, era la primera vez sin ella. Le dolía que en algún momento olvidara. Prendió la lampara que había en la mesita de noche, tocando algo frío. Cuando se fijó, era el regalo de navidad de su nieto. Lo tomó, sintiendo cierta culpa por no valorarlo. Abrió la caja y la volteó, dejando todas las piezas sobre la cama. Reconocía los trazos del dibujo, llamando su curiosidad. Intentó ordenarlas, según el patrón que tenían. Iba posicionando fichas, uniéndolas, siendo consciente de lo que iba a ver. Emocionado por el resultado, sintió como el corazón se le encogía. Su última foto juntos. No parecían ser conscientes del poco tiempo que les quedaba juntos. Lo admiró por unos cuantos minutos, intentando no sucumbir a las lágrimas, ya que no quería ser escuchado. Lo tomó con delicadeza, poniéndolo en el interior de la caja. Se fijo en la hora, era pronto, pero aun así, no lo suficientemente tarde. Salió al salón, caminando con cuidado para no ser escuchado. Abrió la puerta de la habitación de su nieto. Este se sorprendió, escondiendo su móvil y dándose la vuelta para hacer como que dormía. Roberto sonrió y prendió la luz, asegurando que había sido un niño como él, pero en otras épocas. El chico se movió lentamente, viendo como su abuelo se acercaba, hasta que se sentó junto a él. Le pidió perdón, sin más, dejando al niño algo confundido, preguntando por qué se disculpaba. El hombre explicó que debía haberle agradecido más por aquello. El nieto asintió, pero decía que ya no estaba molesto, que entendía como se sentía, porque le estaba pasando lo mismo. Se quedaron en silencio. Roberto se sentía mal, porque podía ver que el niño estaba a punto de romperse, no quería frustrar sus vacaciones, como ya lo habían estado, así quiso cambiar de tema:
-¿Me explicas cómo lo hiciste? -preguntó-
Al niño se le iluminaron los ojos. Se puso de rodillas y con el dedo en alto comenzó a explicar, mientras hacia dibujos en el aire, como si le estuviese dibujando un croquis para que su abuelo pudiese entender:
-No sabía que hacer, todo el mundo estaba con proyectos enormes -dijo el niño- pero yo no quería nada espectacular, solo quería demostrar que era capaz de hacer. La abuela... bueno, quería hacer algo valioso, así que mandé a imprimir la imagen, al tamaño de la plancha. Luego de eso, la volteé encima, le puse cola, haciendo que se quedara el dibujo sobre la madera, retiré los restos de papel, tracé la forma de las figuras y luego corté.
-Hiciste un gran trabajo -sonrió a su nieto-
-Bueno... -suspiró- sería mejor si lo hubiese valorado mi profesor.
-Él se lo pierde si no sabe valorar esas cosas -le tocó el hombro para consolarlo- no te preocupes, a mi me gusta, a ti tambien, es lo que importa. La intención es lo que cuenta.
David no parecía estar conforme con esas palabras. Roberto no entendía por qué, a que venia tanta pena por algo tan insignificante. El chico se acomodó de nuevo en la cama, miró al techo y sorbió sus mocos:
-Los médicos dicen que tienes que mantenerte activo -dijo con una voz entrecortada- el proyecto, era la forma que tenía de ayudarte.
Conmovido, supo que el año que estaba por entrar, determinaría muchas cosas en su vida, no solo en la de él, si no también en la de su familia. Volvió a abrazarlo y le pidió que descansara.
La mesa estaba sin recoger. La noche de los Reyes Magos había sido emocionante. Roberto tomó unos cuantos platos y los llevó a la cocina. Con cuidado los puso dentro del fregadero. Una vez que recogió todo, se dirigió a la habitación para poder vestirse. Sacó de la maleta la bufanda de color rosa de su mujer y se la puso. Se miró en el espejo, vio cuatro pelos blancos mal puestos, pero decidió que sería mejor ponerse un gorro de lana. Cogió las llaves de casa, las metió en el bolsillo de la gabardina y salió de la habitación, topándose con su yerno. Los dos se sobresaltaron, hasta el punto de que Carlos casi se sentara sobre la mesa:
-Que susto me ha dado suegro -dijo con la mano en el pecho- ¿A dónde va?
-Quería ir a por una cosa, a una juguetería -contestó Roberto- ¿Sabes dónde hay una?
Carlos se quedó extrañado, ya había regalado cosas a sus nietos, no entendía la necesidad de pasarse por una. El abuelo se sintió un poco avergonzado, no sabía como explicar la situación, hasta que Silvia interrumpió:
-¿Por qué no vais ambos? -dijo cruzada de brazos mientras los miraba- hace un montón que no pasáis tiempo juntos ¿Qué me decís?
-Aun debo ducharme -dijo el marido- ¿Puede esperarme?
Roberto asintió y se sentó en la butaca. Su hija vio como su marido iba al baño y cuando se encerró, se acercó a su padre. Tomó una silla, para estar cerca de él y poder observar el paisaje juntos:
-¿Qué vas a hacer cuando debas volver a casa? -preguntó ella- ¿Te sentirás capaz?
-Me he enfrentado a cosas peores -dijo mientras seguía prestando atención al paisaje- seguiré los consejos que me dieron, así todo irá bien.
Silvia se sorprendió. Le preguntó si estaba bien, si tenía fiebre, pero él antes de que tocara su frente, le apartó la mano con delicadeza. Se quedaron mirando:
-Sé que ella no está, pero solo morirá si la olvido.
Su hija no supo que contestar. La puerta del baño se abrió. Carlos salió vestido, pero aun estaba terminando de secar su pelo. Cuando terminó, dejó la toalla sobre una silla y preguntó si ya estaba listo.
Se quedaron a las puertas de la juguetería. Carlos quería saber que iba a comprar a sus nietos. El hombre negó a la cabeza, diciendo que quería algo para él, cosa que pilló por sorpresa a su yerno. Se preocupó, pero no quiso echarle cuentas, así que decidió entrar junto al hombre. Roberto preguntó a un dependiente por los puzzles. Le señaló uno de los pasillos y caminaron hacia allí. Se quedaron enfrente de los estantes, y antes de que Roberto cogiese alguna caja, preguntó si aquello lo hacía por lo que le dijeron los médicos. Asintió mientras le pedía que trajera un carro. Cuando se lo trajo, vio como arrasaba con toda la estantería. Señaló la que quedaba más arriba de él, así que Carlos lo hizo por él, pero al fijarse en el interior, paró:
-¿No crees que son demasiados?
-No los suficientes, este año quiero hacer muchos, esto hay que entrenarlo -se señaló la sien- además de que son entretenidos, la televisión ya me aburre.
-Podemos jugar al ajedrez, de pequeño lo hacia con mi padre.
Negó con la cabeza y volvió a señalar. Carlos suspiró y acabó de llenar el carro. Roberto iba a empujarlo hacia la caja, pero Carlos tomó esa responsabilidad.
Sentados en una terraza, Carlos vio como el coche estaba inundado de cajas. Miró a su suegro y le preguntó como haría para llevarse todo aquello a su casa. Roberto no quiso pensar en eso, rompió la bolsita de azúcar y la depositó en el café. Lo movió un par de veces y tomó el primer sorbo. Se quedaron en silencio hasta que su yerno habló:
-Sabes que puedes quedarte ¿No? -dijo mientras se echaba hacia delante en la silla- que podemos estar los 5 en casa, que a mi no me importa, no molesta.
-No quiero molestar, además ¿Dónde pongo todo eso?
Carlos explicó que ya buscarían la forma, que debajo de la cama había mucho sitio, pero parecía que Roberto no estaba conforme. Volvió a repetirle que no había nada de malo. Se terminó el café y llamó al camarero, pagaba su yerno asi que de mientras, iría al baño, pero antes de que se fuese, notó como alguien tiraba de su chaqueta:
-Si tu propósito es no olvidar, déjanos que siempre te recordemos todo -murmuró Carlos- nadie muere si es recordado.
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