CAPÍTULO 4 - DIENTES DE LEONA

     Era bien entrada la noche. La comisaría entró en la habitación, atándose la bata para prepararse para echarse en la cama junto a su marido. Nada más dejar de bostezar, se dio cuenta de que este estaba de rodillas en la cama, mirando por la ventana:

    -¿Qué ocurre Ricardo? -preguntó Tomé- ¿Vuelven a estar los amigos del vecino armando jaleo?

Este negó con la cabeza, le pidió que se acercara y le señaló hacia un punto. Esta se puso a su lado, viendo como debajo de la farola había una figura emborronada por la lluvia. Frunció su ceño. La comisaría se acercó a la mesita de noche, abrió el cajón y tomó su arma. Se la echó al bolsillo y se levantó de la cama. Ricardo la tomó del brazo, diciendo que no hiciese ninguna tontería, que podría ser cualquier loco:

   -Quiero dormir tranquila cariño, estoy harta de no tomar medidas.

   -Ahora eres Amelia, no la comisaria Tomé ¿No puedes ser mi mujer por un momento en la vida?

Ella suspiró, le dio un beso en la frente y le dijo que podía bajar con ella, que intentaría mediar. Este asintió y la acompañó a la planta de abajo. Abrieron la puerta principal y se acercaron un poco a la figura:

    -¿Julia? -dijeron ambos sorprendidos-

La inspectora volvió en sí, viendo a ambos. Trató de gesticular palabra, pero no le salía la voz. La comisaría entendió que algo grave había ocurrido. Miró a su marido, haciendo que este entendiese que necesitaba una conversación con ella a solas. Le dio un beso en la mejilla y le aseguró que la esperaría en la cama. Amelia tomó la mano de Julia, tirando de ella hacia el interior de su hogar. Al cerrar la puerta, le pidió que se quitase la ropa, que iría a acercarle una toalla. Cuando volvió, se la entregó y le dijo que podía sentarse en el sofá, que le prepararía algo caliente. Buscó café, pero no quedaba, así que decidió tirar de chocolate caliente. Cuando se acercó a darle la taza, se dirigió hacia la chimenea, puso dos troncos y los atizó hasta que prendieron. Se sentó en el otro sofá y le preguntó por lo que había ocurrido:

    -¿Qué caso le asignaste a Luna? -preguntó Julia- 

La comisaría no supo a qué venía esa pregunta. El teléfono comenzó a sonar de fondo. Se disculpó un momento con ella y se acercó a su despacho. Abrió el cajón y tomó el teléfono móvil. Recibió una noticia que la dejó de piedra. Suspiró y se rascó la frente mientras mostraba agradecimiento por la información. Cuando colgó, volvió a reunirse con ella. Se sentó y dejo el móvil en la mesilla de café:

    -Me gustaría poder explicarte que caso llevaba entre manos -respondió con cuidado- pero me temo que no puedo decirte esto.

    -¿Por qué le entregaste ese caso a ella y no a todo el equipo? -preguntó Julia con un tono enfadado- ¿Por qué la cargaste con dicha responsabilidad?

Tomó aire. Amelia aseguró que nunca creía que sería capaz de investigar fuera del horario laboral, ni que comprometería su vida tanto de lo que creía:

    -¡¿Cómo?! -alzó la voz Julia- ¡¿No pensaste en las consecuencias?!

    -La verdad es que no, porque en vuestro trabajo os jugais el culo día si día no, puede que me equivocara en asignarle solo a ella... pero no me quedaba otra.

Julia empezó a hundirse cada vez más. Amelia, al ver su rostro demacrado, le pidió que se marchase a casa a descansar, que sentía la pérdida y que harían justicia, pero que no iba de un día. 


    Abrió la puerta. Elina estaba sentada en la mesa principal, rodeando una taza de té con sus manos. Ambas se saludaron en voz baja. Dejó sus cosas al lado de ella y le preguntó si quedaba algo para ella. Elina señaló la tetera que había encima de la encimera. Tomó un vaso y la acercó para servirse mientras tomaba asiento. Bebieron en silencio, hasta que Elina lo rompió:

    -¿Todo bien? Saliste escopetada de casa.

Julia dejó el vaso en la mesa, entrelazó sus dedos y dijo que había sido un largo día, que ya hablaría de eso mañana. Quiso desviar el tema, así que preguntó por la consulta del médico, ya que era un tema que no podían sacar en medio de la cena. Elina se puso algo incomoda, pero se atrevió a hablar:

    -Ha ido bien -respondió- pero aun sigo teniendo dudas en operarme.

    -¿Dudas? ¿Por Mónica?

Asintió mientra tragaba saliva. Julia le dijo que no debía preocuparse, que las otras chicas la apoyaban en todo lo que ella decidiese, que no le hiciese caso a ella solo. Pegó un trago al te, mientras decía que se iría a la cama. Ambas se dieron las buenas noches. 

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