CAPÍTULO 11 - DIENTES DE LEONA
El cenicero se quedó estancado. Cuando se dio cuenta, reaccionó y se alzó del sofá. Miro sus manos, llenas de sangre y soltó el objeto contundente al suelo. Rebotó un par de veces hasta que dio vueltas. El sonido la asustó. Corrió hacia la habitación. Dio vueltas, sin saber que hacer, no podía quedarse de brazos cruzados. Salió de nuevo, fue a la cocina y sacó la botella de lejía, así como de alcohol de quemar. Lo limpió todo y empezó a echar alcohol de quemar por encima. Cogió una cerilla y la echo, viendo como todo comenzaba arder. Salió del apartamento. Se metió en el ascensor y al observarse en el ascensor, pudo ver que sus manos estaban llenas de sangre. Al salir, se abalanzó sobre la puerta del portal, notando el frío de la madrugada. Se dio prisa en alejarse de la zona, no había un alma en la calle, hasta que escuchó cómo los vecinos se percataron del fuego. Aquello hizo que acelerara el paso, quería irse, pero no sabía a dónde. El teléfono comenzó a sonar, se trataba de su madre, por inercia contestó:
-¡Estás bien! -gritó su madre- ¡Estoy yendo hacia casa!
-¿Qué pasa mamá? -dijo manteniendo un tono de tranquilo- ¿Ocurre algo?
-Me ha dicho la vecina que se ha incendiado la casa -respondió ella- ¿Dónde estás?
La adolescente aseguró que estaba fuera de casa, que había quedado y que estaba lejos. La mujer se preocupó, dijo que estaba conduciendo y que se podía acercar a recogerla, a lo que la niña se negó rotundamente. Colgó, dejando a su madre con la palabra en la boca, apagó el móvil y lo lanzó.
Todo estaba oscuro, solo se escuchaban los suspiros de Carmen, que descansaba de una larga jornada de trabajo. El teléfono de la oficina comenzó a sonar, haciendo que se sobresaltara. Cuando recordó donde estaba, alargó su brazo y descolgó. Reconoció la voz de Rivas, le alegraba escucharlo, pero sabía que era una mala noticia:
-Tengo que darte una dirección -dijo Rivas- es el lugar donde ha ido Julia a investigar, no me contesta ni me da señal la radio que le presté, estoy preocupado.
-Dime el lugar -dijo cogiendo un bolígrafo del bote- date prisa.
Yaron abrió las puertas de par en par. Se acercó a su mesa, abrió uno de los cajones y tomó su arma. La cargó y se aseguro de que el seguro estuviese puesto. Buscó su placa en el mismo cajón y la puso en el bolsillo. Se acercó a su compañera, que al ver que estaba concentrada en una llamada, le aseguró que Julia podía esperar. Carmen alzó su mano para que se callase y siguió apuntando detalles:
-Tenemos una escena del crimen que visitar -dijo Yaron apoyandose en su mesa- no podemos perder más tiempo.
Carmen colgó el teléfono, ignorando a Yaron. Se levantó de la mesa y le explicó que deberían mandar a otro equipo, ya que debían hacer algo más importante. Se acercó a la taquilla, sacó su chaleco antibalas y se lo puso:
-¿Qué pasa? -la siguió con la mirada- ¿Por qué cojones coges el chaleco antibalas?
-Lo vamos a necesitar -dijo Carmen- hazme el favor de ponerte el tuyo y no me hagas perder más el tiempo.
Yaron le hizo caso, se acercó y se puso el suyo. cuando se lo abrochó, miro a Carmen y le pidió que le explicase que estaba pasando, a lo que ella el contestó que le respondería todas las dudas de camino a la escena.
Un coche patrulla pasó a gran velocidad. Ella se sobresaltó, echándose a un lado de la calzada. Siguió caminando, hasta que noto que un coche se estacionaba atrás suya. Trago saliva y mantuvo el paso:
-No deberías caminar por aquí -dijo una mujer- ¿Dónde está tu madre?
No se paró, ni volteo a observar a la mujer. No se había parado a lavarse las manos. Escucho los tacones de la mujer y como está la volteaba, la tomó del brazo y cuando observó las manchas de sangre, la sujetó con fuerza y le preguntó si se encontraba bien. Comenzó a forcejear con la mujer, pero esta no la soltaba. En ese mismo instante, un coche patrulla que iba hacia la escena, paro y los agentes bajaron para preguntar por lo sucedido. La mujer explicó cómo se la encontro, hasta que la radio comenzó a sonar:
-Buscamos a una adolescente, de pelo corto y baja estatura, responde al nombre de Pino.
La muchacha se quedó de piedra. Cuando los agentes se fijaron en ella, las características cuadraba. Se acercaron a ella y le pusieron un par de esposas:
-¿Como pueden ponerle unas esposas a esta chica? ¿Qué ocurre?
-Es sospechosa de un homicidio -dijo uno de los agentes mientras la maniataba-
El otro le leyó los derechos mientras el compañero la dirigía hacia el coche. Cuando la metieron en el coche, le pidieron a la mujer que siguiese circulando y notificaron que habían atrapado a una sospechosa. Se sentaron en el coche y le hicieron una simple pregunta, cual era su nombre:
-Soy a quien buscan -susurró agachando la cabeza-
-¿Puedes decirlo más alto? -preguntó el agente- No te he podido escuchar.
-Soy Pino -dijo más alto, sorprendiendo a los agentes-
Apretaron el botón, confirmando que era la sospechosa principal. El copiloto encendió las sirenas y el piloto, arrancó para llevarla a comisaría.
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